domingo, 28 de octubre de 2012

Quiero recordar a Néstor como un maestro



por DANIEL FILMUS

Entré al despacho con una mezcla de nerviosismo y ansiedad difícil de controlar. Era la segunda vez en mi vida en que me encontraba con Néstor Kirchner, pero la primera que lo hacía como su ministro de Educación.
Habían pasado sólo tres días desde nuestro primer encuentro. En aquella ocasión, en 15 minutos, Néstor había tenido tiempo para transmitirme dos conceptos a los cuales fue fiel en toda su gestión: “La educación va a ser una prioridad fundamental en mi gobierno” y “vas a hacer una buena tarea si todas las noches te vas a dormir con la convicción de que hiciste algo para mejorar la vida de la gente”.
Entre aquella primera entrevista y la que voy a relatar había pasado poco tiempo, pero en ese lapso había comenzado a cambiar la historia del país. Se había pronunciado un discurso presidencial que, por primera vez en mucho tiempo, delineaba una estrategia para la construcción de un país democrático, soberano y profundamente igualitario. Había un Presidente que afirmaba que había llegado a la Casa de Gobierno para no abandonar sus convicciones. Había una herida en la frente de ese presidente producto de su abrazo con la gente que estaba en la Plaza de Mayo el día de la asunción, lo cual señalaba el inicio de un nuevo tipo de relación entre el pueblo y su gobierno.
Por eso entré al despacho presidencial con la sensación de estar viviendo un momento histórico sin precedentes. Néstor me preguntó por la situación de la educación en las provincias en las que existía conflicto docente, en particular la de Entre Ríos, en donde a fin de mayo aún no habían empezado las clases.
Le contesté que la única forma de resolver el conflicto era aportando desde la Nación los recursos para pagar los sueldos, ya que la provincia no estaba en condiciones de hacerlo.
“Tenés la plata”, me dijo, y continuó: “No se puede hablar de educación si una parte de nuestros chicos no accede al derecho a la escuela”.
No sé cómo me animé a decirle: “Pero hay otras seis provincias que no pagan el sueldo completo, si ayudamos a Entre Ríos, también deberemos aportar los recursos para ellas”. Me preparé para la peor respuesta, pensé que en las condiciones críticas en que había encontrado las finanzas del Estado la respuesta iba a ser negativa.
Néstor se percató de mi incomodidad, sonrió y me dijo: “No tengas reparos en plantearme los problemas, todo lo que se necesite para la educación lo vamos a priorizar”.
No lo podía creer; arreglamos los detalles del viaje a Entre Ríos para resolver el conflicto al día siguiente y salí casi corriendo del despacho para poner en marcha el operativo. Mi alegría duró poco. En la antesala estaba el ministro de Economía y supuse que había que consultarlo sobre la erogación que significaba para el Estado hacerse cargo desde la Nación de los salarios provinciales. Sin pedir permiso, volví a entrar al despacho presidencial y ante el asombro de Néstor le pregunté si debía consultar con Lavagna lo que se había comprometido unos minutos antes.
Debo señalar que todo mi conocimiento político hasta aquel momento me indicaba que, ante las demandas de sus ministros, los presidentes solían decir que sí, pero que el papel de malos lo ejercían los ministros de Economía. Según mi entender entonces, ellos eran los que siempre solían plantear que la intención política podía ser noble, pero que los fondos no eran suficientes.
Néstor, en cambio, largó una carcajada y, poniendo cariñosamente una mano sobre mi hombro, me dio la lección más importante que recibí de la política: “Daniel, el Presidente soy yo. En mi gobierno será la política la que defina las prioridades de la economía”. Todos conocemos la importante página en la historia de la educación que se comenzó a escribir al día siguiente en Entre Ríos.
A dos años de la dolorosa desaparición física de Néstor, siento la necesidad de escribir lo más fielmente posible esta anécdota que me marcó para siempre. Lo posible en los procesos históricos no depende únicamente de las condiciones de la coyuntura sino principalmente de la voluntad política de quienes tienen la capacidad de tomar decisiones. A lo largo de los años que acompañé la gestión de Néstor y luego la de Cristina tuve innumerable cantidad de ocasiones que me permitieron corroborar la validez y trascendencia de esta lección.
Néstor nos enseñó que es necesario cotidianamente ampliar el horizonte de lo posible. Pero, parafraseando a Albert Einstein, “si quieres resultados distintos, no repitas siempre las mismas acciones”. Para sacar al país del infierno era necesario hacer las cosas de otra manera de como se habían hecho para llegar a una crisis tan profunda. Néstor nos cambió la manera de ver la política y nos convenció de que no existen derechos que no se puedan conquistar.
Así entre otros, a partir de su conducción y luego con la de Cristina, logramos el derecho a no convivir con la impunidad de los crímenes de la dictadura, a no tener colgado el cuadro de Videla, a no hambrear al pueblo para pagar la deuda externa, a no consultar al FMI para tomar decisiones económicas, a priorizar a nuestros hermanos latinoamericanos y no ingresar al ALCA, a avanzar hacia trabajo, educación y salud digna para todos, al matrimonio igualitario, a la identidad de género, a la Asignación Universal por Hijo, a que sean argentinos los fondos de las AFJP, Aerolíneas e YPF, a desmonopolizar la palabra y la posibilidad de expresión, entre otras.
Todos derechos que en nuestro país parecían imposibles.
Recordamos y tenemos presente el legado de Néstor como un apasionado militante, como un hombre comprometido con la construcción de un país más justo, como un luchador que no se amedrentó frente a las dificultades de salud aun a riesgo de su propia vida, como el compañero de siempre de Cristina, como un líder que amó y fue amado por su pueblo.
Aquí quiero recordarlo también como un maestro. Como alguien que me enseñó a recuperar la confianza en la política y la vigencia de las utopías.

miradas al sur

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