Frente a la crisis global
Periodista, escritor y docente universitario.
Periodistas ‘estrella’, dirigentes camperos, políticos sin destino como Elisa Carrió nos recuerdan que del bochorno volver ‘no es nada fácil’, y aunque algunos ya han sido eyectados hacia la nada, la inercia mediática los arrastrará consigo hasta los últimos días de octubre.
nos recuerdan que del bochorno volver “no es nada fácil”, y aunque algunos ya han sido eyectados hacia la nada, la inercia mediática los arrastrará consigo hasta los últimos días de octubre.
Un dato no menor: ni en la tapa ni en la zumbona contratapa de la Barcelona –donde el progresismo también recibe lo suyo– están todos los que por derecho propio podrían figurar. Como las boutades sobreabundan, una revista con tapa doble –esas que la Gente ensaya para no pelearse con nadie– tampoco sería suficiente para incluirlas. Es que el género discursivo “explicaciones de la victoria” del oficialismo produce piezas memorables, casi alucinantes. Están los que sostienen: “El domingo de la semana pasada no se definió nada –las elecciones, cómo ignorarlo, sucederán en octubre nos informan, por tanto–, todo este ajetreo no tiene razón de ser; no faltan los que aconsejan a los candidatos de la UCR, el instructivo para vencer a Cristina corrió a cargo de Fernando de la Rúa: sostiene el ex presidente, dando muestras de un extraño sentido del humor, que “se le puede ganar al PJ”, porque él pudo. Además, especialistas todo terreno nos explican que las “leyes de la economía” aseguran otro derrumbe tipo 2001, por vigésima vez consecutiva, sin ponerse colorados. No puedo dejar de envidiar a los redactores de Barcelona, ellos no deben fingir seriedad ante quienes sólo merecen el chascarrillo zafio. En cambio, yo me veo en un brete, entender tanto disparate editado.
EL PESO DE LOS MUERTOS. Si fuera preciso establecer una divisoria de aguas entre este oficialismo y esta oposición, uno de los ejes remite al pasado. A la evaluación del pasado, al desinterés profundo por la relación entre pasado y presente, a la firme voluntad de contar con un argumento simplón que permita no ocuparse, ya que se trata de “vivir tranquilo”.
En lugar de asumir la crispación como consecuencia de los dramas irresueltos, buena onda con globos y pogo, mientras las huracanadas olas de la crisis se pasean por las bolsas del mundo, y una recesión sin cuento se instala en las grandes y angustiadas urbes de Europa y los EE UU. Por primera vez en décadas, el afuera resulta muchísimo más temible que el adentro, y la tranquilidad –ese horizonte huidizo y frágil– no remite a los grandes bancos del mundo.
Hace unas pocas semanas, cuando el tsunami electoral sólo era una posibilidad política, Cristina Fernández hizo saber en qué condiciones sería candidata presidencial del Frente para la Victoria. En ese momento, quedó claro que el sistema político era cristino-dependiente, es decir, imposible de conformar sin su presencia. Advertimos que esta cualidad no remite al misterio de la personalidad carismática, ni a la habilidad presidencial para enfrentar distintos escenarios públicos, sino a la crisis estructural que recorre a toda la dirigencia opositora.
El programa con que el bloque de clases dominantes gobernó la sociedad argentina entre 1975 y el 2001 está definitivamente agotado, y la necesidad de conformar uno nuevo contiene el fundamento de esta crisis. Pero las razones internas, con ser suficientes, en este caso no son únicas. Además, las violentísimas ráfagas de la crisis global nos hacen saber que la política, como actividad específica, debe reinventar un nuevo camino para la viabilidad histórica sudamericana. Dicho de un tirón, o gobernamos nuestro propio barco, y orientamos la proa hacia un destino común, o el cenagoso barro del mercado mundial nos arrastrará hacía la disolución definitiva.
La sociedad argentina conoció tres proyectos. En 1880, la realización de la renta agraria facilitó, permitió, conformó el capitalismo dependiente de base pampeana. Aprovechando las “ventajas relativas”, se constituyó una suerte de división del trabajo por el que vendíamos materias primas de origen agropecuario, e importábamos casi todo lo demás a nuestro principal asociado, Gran Bretaña. Este orden, juzgado “eterno”, estalló con la crisis del ’30, y fue preciso construir otro. Todo lo que se entendía por política económica –desde la Caja de Conversión, hasta el patrón oro, desde las áreas monetarias (libra, dólar, franco), hasta el sistema crediticio– tuvo que ser rehecho. Federico Pinedo terminó de pergeñar los nuevos instrumentos –juntas nacionales de carnes y granos, y el Banco Central– desde el Ministerio de Economía del general Agustín P. Justo, y el programa definitivo estuvo listo en 1940, cuando la II Guerra Mundial rugía en Europa sin definición militar. Era el nuevo horizonte: la modernidad industrial. Entre 1946 y 1975, con variantes no menores, ese fue el segundo proyecto. La lucha por la distribución del ingreso, los reclamos populares hicieron que el bloque dominante diera marcha atrás. El tercero fue burilado por la dirigencia empresaria in totum; Celestino Rodrigo fue su ignoto practicante, aunque el titiritero mayor terminara siendo José Alfredo Martínez de Hoz. En perpetua crisis, con parches permanentes, sobrevivió hasta 2001. La implosión nos informó que no había modo de seguir en lo mismo, salvo exterminando a 20 millones de compatriotas. Y aunque la voluntad de masacre, de política terrorista, que alimenta el miedo conservador (ese es el trasfondo del temario de la seguridad) permanece, la destrucción de los instrumentos eficaces –las FF AA– y la lógica de la dinámica política terminaron por conformar un parche circunstancial: el monocultivo sojero. Si ese fuera nuestro único programa, su conservación corre serios peligros, entre otras cosas, porque la renta extraordinaria que los precios agrarios internacionales vienen generando, marcha hacia su desaparición. Pero sobre todo, porque la crisis internacional nos vuelve a imponer la necesidad de un camino propio, o someternos al terrible dictado del mercado mundial.
Las fuerzas retardatarias fueron sintetizadas en la tapa de Barcelona, pero identificarlas no alcanza. Hoy por hoy casi se trata de una obviedad. ¿El problema a resolver? Construir un nuevo orden político. Si el oficialismo avanza en esa dirección, si logra terminar pariendo el quinto peronismo (vale decir, una nueva tarea histórica para una nueva clase dominante) el sistema de partidos, más allá de su voluntad, se terminará ajustando al flamante escenario. Está visto que, de momento, de las filas opositoras no surge demasiado. Y la idea de que la renovación de la política equivale a recambio generacional, no resulta inadecuada si la nueva generación posee un nuevo proyecto. En caso contrario, la sociedad argentina terminará siendo remolcada por la lógica política del BRIC (Brasil, Rusia, India y China), lógica que Brasil expresa sin mayores dificultades, porque también le es propia. No se trata de oponerse por oponerse, sino de incidir en la orientación estratégica junto a Brasil y los integrantes de Unasur. De lo contrario, los automatismos del mercado terminarán siendo los instrumentos decisivos del nuevo orden. Los candidatos de la oposición no propician ninguna de estas innovaciones, se trata de ver, en cambio, si el oficialismo estará a la altura de semejante desafío histórico.
TIEMPO ARGENTINO
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