Por Mario Wainfeld
Imagen: Télam.
El día es resplandeciente, fácil es chequearlo y consignarlo. Ponerle número a la multitud resulta más difícil de lo habitual. Hay una seguidilla de actos (en algún momento, dos palcos diferentes montados en la Plaza de Mayo), grupos de manifestantes dispersos por varias avenidas. Algunos van pegando la vuelta pero lentifican el regreso para obturar o demorar la llegada de otros. Hay competencia, chicanas, competencias corales a ver quién alza más la voz, muy ocasionalmente un par de piñas. Es un acto pluralista, con una concurrencia enorme, para nada uniforme, multipartidario. No hay unidad, ni parece un acto sueco (o lo que uno supone que es un acto sueco) pero se rebosa vida.
El verbo para explicar qué hacen los que protagonizan el 24 de marzo siempre genera dificultades. “Recuerdan” suena ambiguo. “Conmemoran” evoca a locutores oficiales o directoras de escuela. El clima en avenidas y calles aporta otro vocablo, que parece exótico pero arrima mejor a lo que pasa: la multitud (se) festeja. No olvida, claro. No reniega de los reclamos de Verdad y Justicia, no baja las banderas o estandartes con imágenes de compañeros desaparecidos. No faltan lágrimas pero hay más risas, batifondo, abrazos, especulaciones entusiastas acerca del número de participantes. Se celebra, aunque parezca exótico. Verificar el dato es más sencillo que explicarlo, siempre lo es. En la ocasión, el cronista supone que se festejan los avances, los juicios, las condenas, la renovación siempre creciente de la asistencia. Los antiguos actos de resistencia, de aguante, de no bajar las banderas persisten en el folklore y en muchas consignas. Pero quienes avanzan hacia la Plaza festejan que avanzan, a secas.
La Chilinga, la escuela de percusión en la que baten el parche y mucho más una bocha de chicos y chicas, alardea: lleva “16 años de lucha”. Es sintomática la fecha de nacimiento: seguramente la ecología de las movilizaciones del 24 de marzo pegó un viraje en el vigésimo aniversario, allá por 1996. Tomó color, amplió el tradicional círculo de iniciados, agregó bulla.
Cuatro generaciones se entreveran, si se hace bien la cuenta: la de Madres y Abuelas, la de los setentistas, la de sus hijos, la de los nietos. Estos, claro, van en brazos o en cochecito. Las calles están colmadas pero nada impide que las familias caminen, que los bares estén abiertos y hagan su agosto, que los supermercaditos agoten bebidas y jugos. Hasta turistas hay. Si ignoraran el motivo de la convocatoria y se les contara qué se conmemora, les costaría creerlo. Entre tanto, pueden darle a la garrapiñada y al chori, que son más ricos en días así.
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Hay que ver y aplaudir hasta enrojecer las palmas y los ojos la columna de los organismos. Siempre hay que verla. El batir de La Chilinga ayuda a ubicarla. Horacio Pietragalla, el nieto recuperado que es diputado nacional por el Frente para la Victoria bonaerense, trata de conducir al conjunto, altavoz en mano. Goza de una ventaja comparativa, que el cronista envidia en silencio: es muy lungo, quienes conocieron a su padre cuentan que era idéntico. Los turistas no reconocerían en ese pibe, enfrascado en su labor militante, a un señor legislador. Pietragalla les pide a los compañeros que no se apuren, no hay espacio adelante. Alguien le pega el grito: “Empujalos vos, que tenés fueros”. Todos ríen, incluido el susodicho. La columna espera, se toma su tiempo: es consabido que las Viejas siempre entran, siempre se les hace lugar. La Plaza es suya, desde la noche de la dictadura hasta esta etapa inesperada. Eso sí: jamás estuvieron tan acompañadas.
Hay Madres y Abuelas que avanzan en auto, otras patean como en los buenos tiempos. Nora Cortiñas y Tati Almeyda de Línea Fundadora, sin ir más lejos. ¿Cuántos kilómetros habrán recorrido Nora y Tati sin desfallecer, sin resignarse, sin perder la alegría de la lucha? El cronista se acerca a Nora, cada vez más chiquita y vivaz, la besa, se excusa: omitió felicitarla en su cumpleaños, el 22 de marzo. Norita absuelve: “Tenés todo el año para felicitarme”. Cumplió 82. Cortiñas y Almeida siempre sonríen, ayer reían mientras miles y miles las vitoreaban.
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La mirada panorámica y varias horas de caminata no alcanzan para dar debida cuenta de todas las agrupaciones o fuerzas políticas que comparten, con mejores o peores modos, el espacio. La reseña es imperfecta y muy incompleta. Desde la CGT hasta La Cámpora. Imágenes del Che Guevara, de Néstor y Cristina Kirchner, de John William Cooke. Insignias de la Juventud Radical y hasta un grupete del ARI. Todos suman y colorean. Banderas celestes y blancas, rojas, hasta con hoz y martillo. Banderas de países hermanos, uruguayas por doquier. No caminan juntos, sólo unifican consignas cuando prima el común denominador antidictatorial.
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Las movilizaciones del 24 de marzo conservan su formidable común denominador aunque son, desde hace rato, fragmentarias. Las divisiones del movimiento de derechos humanos son añosas, la de los partidos políticos está en el inventario.
Antes de la irrupción del kirchnerismo, una aplastante mayoría de los asistentes marchaba contra el gobierno democrático de turno, a su pesar o ante su indiferencia. Desde 2003 muchos militantes de trayectoria indiscutible acompañan al oficialismo, que levantó sus banderas, acogió a Madres y Abuelas en la Casa Rosada, puso fin a las leyes de la impunidad e impulsó los juicios en pos de Verdad y Justicia. El reconocimiento mutuo es lógico. También es válido que otros argentinos no se conformen y expresen demandas de la etapa. Se vocifera a favor o en contra de Cristina. En promedio, sitial único del kirchnerismo: antaño todas las consignas alusivas a Menem, De la Rúa, Cavallo o Duhalde eran puteadas, con eventuales variantes poéticas.
Las marchas ahora conjugan posiciones divergentes, tal su textura en el siglo XXI. Trasuntan una sociedad civil activa, confrontativa, plural y, ay, a veces demasiado divisiva. Cabe deplorar, año tras año, los excesos de sectarismo, el afán de protagonismo excluyente de colectivos minoritarios que tienen derecho a hacerse sentir pero que deberían calibrar con menos soberbia su representatividad relativa.
Con tamaños bagajes y contradicciones a cuestas, el común denominador existe, se propaga, entusiasma, enciende a los que van encuadrados tanto como a los miles y miles que llegan por la libre. El ojímetro del cronista tabula que los sub-40 y aun los sub-30 son mayoría. Si no lo son, empardan a todo el resto.
El común denominador crece. Y Ellas marchan, como siempre, ahora cobijadas por la multitud, por una sociedad que cada vez las honra más y por un Gobierno que las empoderó y les reconoció autoridad.
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¿Qué se exalta y qué se exorciza cada 24 de marzo, cada año distinto, cada año similar? Responderlo supera la destreza del cronista, esbozarlo es, empero, tentador. Se simplificará, claro...
A partir del simbólico año ’45 irrumpió la clase trabajadora como protagonista de nuestra historia, se expandió a niveles únicos el Estado benefactor, se consagraron leyes laborales y sociales, llegó el voto femenino. Un movimiento plebeyo y desafiante copó la Plaza sin pedir permiso.
En los ’60 florecieron las libertades individuales, nuevas modalidades artísticas, una estética jamás vista, las libertades sexuales, los movimientos feministas, el rock, los pelos largos, la cultura contestataria. Un imaginario nuevo recorrió el mundo, ancló también por estas pampas.
Los ’70 fueron la etapa de la irrupción juvenil en nuestra política, las ilusiones revolucionarias, las utopías socialistas, las demandas acuciantes.
La dictadura, claro que sí, fue el terrorismo de Estado y un plan económico arrasador. También fue mucho más que eso: la intención de sepultar los mejores legados de las décadas precedentes, de instaurar una sociedad sumisa, fundada en el terror. La consigna “El silencio es salud” es, hoy día y en tal sentido, acaso más descriptiva que “Los argentinos somos derechos y humanos”.
La herencia dictatorial se derruye en los Tribunales, más vale. También en la construcción cotidiana de la democracia como sistema político y estilo de vida. La dictadura cede y se diluye con cada ampliación de derechos, con cada paso (hasta los más cortos o temblequeantes) contra la discriminación, la estigmatización o el machismo. Con cada argentino que nace sin la mochila de haber transitado esa etapa.
Entre tanto, Ellas siguen marchando. Jamás se les podrá retribuir tanto coraje, tanto ejemplo, tanta deuda. Salute, Madres y Abuelas de la Plaza, cada vez más pueblo las abraza.
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