Por Sandra Russo
Escultura de León Ferrari que integra la serie “Maniquíes”.
El domingo pasado, alrededor de la Real Academia Española (RAE) se armó un tremendo revuelo de género. Fue conocido ese día un informe firmado por 23 académicos –eso incluye a tres mujeres, y esta aclaración hace al ombligo del problema–, titulado “Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer”. Aprovecho de paso para insistir en que “la mujer no existe”. Lo dijo Lacan en otro sentido que nunca terminé de descifrar, pero aquí, en este contexto, que “la mujer” no existe significa que esa palabra en singular es un subproducto de la lengua que ha sido tomado y capturado por los medios de comunicación y más tarde por la publicidad. Esos son los ámbitos adecuados para “la mujer”. En la vida real hay mujeres.
En “la mujer” caben muchos sentidos que vienen solos y sin que uno haga ningún esfuerzo. Después de haber arrastrado durante decenas de siglos un espíritu de inferior calidad que el masculino, de lo primero que nos empoderamos las mujeres es de nuestra propia multiplicidad. Somos mujeres que podemos ser muy, pero muy distintas unas de otras, y al mismo tiempo en cada una de nosotras caben muchas maneras de ser una mujer. Así que para empezar, primero el plural.
Estos académicos de la RAE se encolumnaron detrás de Ignacio Bosque, que fue quien elaboró el informe. La RAE salió, una vez más, al choque de una avanzada de género promovida desde hace años por muchos colectivos feministas, que elaboran guías sobre el sexismo en el lenguaje. El nudo de la cuestión es que las feministas protestan porque el lenguaje no se adapta a la realidad de las mujeres que hoy circulan como nunca antes en la historia por el mundo público.
Las feministas protestan porque el sustantivo masculino incluye al femenino, y eso ya no es un detalle, ni un modo decir lo correcto, ni es una enunciación justa. Las mujeres estamos gramaticalmente incluidas en los sustantivos masculinos (trabajadores, ciudadanos, amigos, invitados, etc.: todo eso, que es de género masculino, lleva al género femenino incorporado, justo como una costilla semántica). Pero no es la lengua la que determina la realidad, es al revés.
Las lingüistas feministas sostienen que esa inclusión forzada de lo femenino en lo masculino es una forma de exclusión en la lengua. El estar contenidas e invisibilizadas en los sustantivos masculinos obliga a las mujeres a una pregunta que deben hacerse miles de veces en sus vidas: “¿Me están hablando a mí?”, mientras los varones jamás pasan por esa experiencia. Si en una clase cualquiera una maestra dice: “Que salgan todos los alumnos del aula”, los varones saben que deben irse. Las niñas dudan: ¿salen todos o sólo los varones? Desde ese punto de vista, las guías de lenguaje no sexista buscan borrar esas zonas grises del lenguaje, porque son grises sólo para las mujeres.
La lingüista española Mercedes Bengoechea, en un artículo titulado “La sociedad cambia, la Academia no”, recuerda que, a partir de 2001, la RAE ha insistido con varios documentos con el mismo contenido que el último: reafirman que el masculino abarca a ambos géneros y que por lo tanto es innecesario, por ejemplo y viniendo para aquí, el “todos y todas” y hasta la palabra “Presidenta”. Bengoechea indica que desde 2005, la RAE se remite a su Diccionario Panhispánico de Dudas, donde bajo la entrada género se afirma que el masculino abarca a ambos sexos. El ejemplo del mal uso del idioma al respecto que ofrecen parece destinado a una lectura argentina. Es éste: “Decidió luchar ella, y ayudar a sus compañeros y compañeras”. La RAE afirma que en ese caso “el masculino pudo y debió ser usado”. Bengoechea, que ha sido decana de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Alcalá, agrega que “además de las dobles formas, para el Panhispánico son inadmisibles los dobles determinantes (las y los ciudadanos) y la arroba. La insistencia en la necesidad de evitar las dobles formas o la arroba, las arrebatadas defensas del masculino de algunos de sus miembros y las diversas explicaciones, argumentos y apologías a favor del masculino o del término hombre para representar a ambos sexos demuestran, en primer lugar, lo relativamente extendido de su uso y, en segundo lugar, la enconada resistencia de las Academias a su utilización”.
Naturalmente, se trata de la pulseada entre algo vivo y algo muerto. La RAE no admite que es inherente a la lengua el mismo estado de evolución de aquello que esa lengua designa. Los sectores que se van sintiendo incómodos con la lengua la van modificando, en un movimiento natural de precisión y especificidad. La lingüista da un ejemplo de su vida cotidiana: si después de decir tres veces a diferentes personas “este año en el curso tengo unos excelentes alumnos rusos”, y verse obligada a aclarar que entre esos “alumnos” hay “alumnas”, es comprensible que busque maneras alternativas de expresión que se ajusten a lo que quiere decir, de modo que a la cuarta vez le dirá a alguien: “Este año en el curso tengo un excelente alumnado ruso” o “este año en el curso tengo un grupo excelente de alumnas y alumnos rusos”.
La RAE se queja de que las guías “contravienen las normas de la lengua”. Del otro lado se le responde que la lengua ha sido usada desde hace siglos como el soporte de las estrategias patriarcales en relación con las mujeres, que la lengua no ha sido ni es un espíritu santo, sino más bien un fondo negro que lleva inscriptas y ocultas las relaciones de poder. No sólo las feministas salieron al cruce de la RAE esta semana. Otros sectores, académicos, políticos, lingüísticos, los que sostienen precisamente que las lenguas nunca fueron neutrales ni están esterilizadas, encontraron una oportunidad para volver a poner eso en debate. Luis Martín Cabrera –profesor de Literatura Latinoamericana en la Universidad de San Diego–, en un artículo titulado “Me he vuelto loca, sólo puedo escribir en femenino”, afirma que rasgarse las vestiduras porque las guías no han sido elaboradas por lingüistas es un argumento disciplinario y autoritario. “Es el mismo argumento que utilizan historiadores como Santos Juliá, que piensan que la memoria es un asalto a su disciplina; ni la historia les pertenece exclusivamente a los historiadores ni el lenguaje es patrimonio de los lingüistas, no son sus minifundios ideológicos. Por otro lado, no es sorprendente que no les hayan pedido ayuda, pues la RAE es históricamente una de las instituciones más sexistas y misóginas del mundo. Todavía recuerdo al anterior director de la RAE, don Víctor García de la Concha, que por desgracia fue mi profesor, diciendo que ‘la literatura no tiene la regla’, provocando carcajadas generales y reproduciendo esa nefasta complicidad entre hombrecitos. Se puede discutir si existe una literatura femenina, pero no con argumentos sexistas.
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