Por Mara Brawer *
¿Qué querés ser cuando seas grande?”, era la pregunta que una amiga docente hacía a sus alumnos cuando quería explicar el uso del tiempo futuro, en un séptimo grado de una escuela EGB 3 de Wilde. Transcurría el año 2001. Ante el interrogante los chicos quedaban sorprendidos, no entendían la consigna, se miraban entre ellos y no sabían qué decir. La noción de futuro les resultaba desconocida. Mi amiga, más sorprendida que ellos, quedó esperando una respuesta que no llegaba, hasta que un alumno dijo “ladrón”, entonces otro compañero soltó desde el fondo del aula “y yo policía”.
“Jugar a ser” es un derecho que les permite a los niños despegarse de la realidad, identificarse con otro y volver más tarde a ser quienes son; sólo necesitan que otros encarnen un ideal para que ellos puedan jugar a serlo. El juego permite ser y dejar de ser, que es una manera de ir haciéndose.Hoy pienso que tal vez ese silencio de los alumnos denunciaba, de otra manera, lo mismo que el grito adulto “que se vayan todos” del 2001, no había autoridad que encarnara un modelo, un ideal que nos permitiera sentirnos parte de una comunidad; ladrón o policía era un binomio construido por los chicos que mostraba la falta de lazo social, unos contra otros, mi lugar o el tuyo.
A lo largo de esta década, mi amiga siguió al frente de su séptimo grado y continuó enseñando los tiempos verbales. Ahora me cuenta que el “querer ser” se fue transformando en otra cosa, fue cobrando sentidos que no tenía. Las respuestas empezaron a surgir: “enfermera”, “ingeniero en sistemas”, “profesor de música”, “carpintero”. Los chicos pudieron comenzar a imaginarse ser lo que aún no eran, porque vieron cómo muchos empezaron a encarnar esos lugares.
El ideal posibilita un lugar, una pertenencia en lo social, hace lazo con los otros. Y desde luego que en el 2001 también había gente de oficio y profesionales, pero lo grave era que esta condición no les garantizaba, de modo alguno, la inclusión social.
Muy risueña, me comenta mi amiga que este año, a la pregunta de “qué quieren ser cuando sean grandes”, la mayoría de las nenas contestaron “presidenta”. Y es, en esta simple respuesta, tan concisa, donde el proceso de identificación con la figura de Cristina Fernández de Kirchner permite leer un cambio de paradigma en la sociedad argentina.
Es el cambio que expresa claramente la imagen del Gabinete de Gobierno a pleno, en el acto de cierre de campaña presidencial, gritándole “Dale campeón, dale campeón” a Ariel Zylber, el chico que obtuvo la medalla de oro en las olimpíadas internacionales de matemáticas. Va en ese grito de aliento la misma certeza que motiva las nuevas respuestas de los alumnos en la escuela de Wilde.
La seguridad de que, a diez años de la debacle, el silencio nacido en la desolación fue cubriéndose de miles de hechos que representan ideas y objetivos y que surgen de una apuesta fuerte del gobierno nacional al crecimiento colectivo para la construcción de un presente en dignidad. A una década de la crisis, los argentinos podemos brindar con alegría: volvimos a conjugar en tiempo futuro.
* Diputada nacional Frente para la Victoria.
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