A cuenta de una experiencia directa en La Matanza de instrumentación del programa Conectar Igualdad, en conjunto con áreas de Salud y Desarrollo Social locales, Christian Dodaro reflexiona sobre las políticas públicas en las que el cruce entre comunicación y educación permiten promover la participación y acceso de los sujetos y sobre las posiciones de los intelectuales ante la nueva coyuntura de intervención.
Por Christian Dodaro *
Sobre el final de noviembre del año pasado, casi en el cierre del ciclo escolar en la provincia de Buenos Aires, llegué a una escuela media de La Matanza, ubicada detrás del Hospital Paroissien. En ese lugar se llevaba adelante el cierre de Adolescencia Plena, un programa de promoción de derechos de adolescentes impulsado por las secretarías de Salud, Desarrollo Social y Educación municipales. Más de 50 escuelas y alrededor de 2200 chicos y chicas de los tres cordones del distrito más grande del conurbano se juntaron en un colegio, en medio de un barrio de monoblocks y casas bajas, a compartir experiencias y perspectivas de trabajo sobre sus derechos a la salud, problemas de violencia de género y agresión entre pares y consumo de sustancias, entre otros.
Los trabajos presentados fueron el corolario de lo tratado en clase durante el año. La mayoría de las producciones se realizaron en formatos audiovisuales y radiales registrados y editados con las netbooks que entrega el Ministerio de Educación a través del programa Conectar Igualdad.Los pibes y pibas matanceros contaban, en esas producciones, sus problemas cotidianos a través de la puesta en juego de sus sensibilidades, sus tiempos, sus voces, sus entonaciones y sus cuerpos. Además, tomaron contacto con los artificios audiovisuales y radiales y desde la práctica concreta desnaturalizaron la recepción de los medios masivos, desde los cuales en muchos casos se los estigmatiza.
Ahí estaba el cierre de un año, de una política pública que trabajaba intersectorial e interdisciplinariamente y desde distintas escalas. Ahí estaban los pibes y las pibas de La Matanza como protagonistas.
Mientras los medios masivos y algunos académicos sólo cruzan al conurbano en búsqueda de zanja-pasillo-y-guiso, los videos nos mostraban paisajes, calles, sentimientos y estéticas propias del conurbano. Tal vez no sean estéticas vanguardistas las que hayan influido en los audiovisuales, pero por ahí, luego de devaneos y transformaciones, alguna cosita einsesteiniana se vea en ellos.
Es lo malo del populismo, vuelve incómodos los puntos de vista. Obliga una y otra vez a pensar en la intemperie y nos invita a pensar con los otros, en lugar de pensar por los otros.
Mientras algunos, que se resisten a renunciar a su lugar como faros de lo bueno y lo bello para entender la existencia de los sujetos optan por falsas dicotomías, o por meras escalas de grises, los pibes y pibas matanceros producen sus propios discursos y los hacen circular. Los maestros y maestras y los trabajadores y trabajadores de salud de La Matanza se involucraron con los sentimientos, las necesidades, en las complejidades y en las contradicciones en las vidas de pibes y pibas.
Desde una perspectiva que entienda de forma relacionada la comunicación y desarrollo, estas iniciativas se comprenden como acciones dirigidas a quebrar el ciclo de la pobreza.
Ante estas acciones y políticas es necesaria una apuesta por la complejidad. Ya no se trata de preguntar qué se mezcla en la mezcla, sino cómo lograr que los sectores populares puedan meter la cuchara.
Es eso o, tal como plantea Pablo Semán, caer en el legitimismo. En la demagogia para los que aspiran, en la reverencia al poder. Algunos siguen pensándose como guardianes de las llaves, pero de lugares a los que no queremos entrar... caminamos por la calle... y a ellos les molesta.
Pero entonces, ¿ésta es una práctica de comunicación popular? ¿O mera acción demagógica? Por suerte las nets no sirven para hacer asado.
* Licenciado en Comunicación UBA.
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