El debate sobre las prácticas legítimas en las escuelas de la Ciudad
El juego de la hipocresía
Por Gustavo Lesbegueris *
El 21 de marzo de 2007 los entonces candidatos a jefe y vicejefa de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri y Gabriela Michetti, realizaron una visita a la Escuela de Educación Especial y Formación Laboral Nº 28 D.E. 16º Bartolomé Ayrolo, para alumnos/as con discapacidad auditiva, sita en Av. Lincoln 4325 de Villa Devoto. Al día siguiente, un matutino tituló: “Macri y Michetti salieron a mostrarse en campaña”. Días después, el PRO informó en su sitio web que “Mauricio y Gabriela quieren inversiones eficientes para educación”, reseñando que “Macri concurrió acompañado por su candidata a vice, Gabriela Michetti, en lo que constituyó la primera actividad que realizaron juntos desde que fue definida la fórmula de PRO para competir en las elecciones de junio”.
El 2 de noviembre de 2010, la Defensoría del Pueblo dictó la Resolución Nº 3546/10, en la que analizó críticamente el programa “Más allá del dinero”, implementado en escuelas de la Ciudad por la Fundación Junior Achievement, observándolo “sesgado, en tanto se presenta a los/as alumnos/as un modelo de sociedad individualista, estratificada e insolidaria”. El objetivo de la propuesta educativa de la fundación es “enseñar habilidades financieras básicas a niños de quinto y sexto grado de primaria. Se presentan los siguientes conceptos clave: el rol del dinero en la sociedad; compartir, ahorrar y gastar; cómo ser un consumidor inteligente; ganar dinero iniciando una empresa”. Las actividades consisten en cinco encuentros en horario escolar en los que se proponen dos juegos de mesa denominados “El Juego de la Comunidad”, cuyo objetivo es que los alumnos puedan “identificar la función del dinero en la vida diaria y manejar una cuenta bancaria personal”, y “El Juego de la Empresa”, a fin de que puedan “practicar cómo usar el sistema ‘consumidor inteligente ahora’ para tomar decisiones como consumidores inteligentes, e identificar la diferencia entre los gastos personales y los gastos empresariales”. Dentro de la bibliografía recomendada en los materiales que acompañan la propuesta, figura el libro Padre Rico Padre Pobre para jóvenes, de Robert T. Kiyosaki, en el que el autor recuerda los dilemas de su infancia al momento de elegir entre el modelo de vida de su padre biológico (supervisor de escuelas) o el de su padre adoptivo (hombre de negocios). Así los resolvió: “Siendo niño, y al tener dos padres, comencé a estar agudamente atento de cuidar qué pensamientos elegiría adoptar como propios. ¿A quién debía escuchar? ¿A mi padre rico o a mi padre pobre? Uno quería que yo estudiara para convertirme en un profesional, abogado o contador. El otro me animaba a estudiar para ser rico, para entender cómo funciona el dinero, y para aprender cómo tenerlo trabajando para mí. ‘¡Yo no trabajo por el dinero!’ eran palabras que él repetía una y otra vez, ‘el dinero trabaja para mí’. A la edad de nueve años, decidí escuchar y aprender de mi padre rico acerca del dinero. Al hacer esto, elegí no escuchar a mi padre pobre, aunque fuera él quien tenía todos los títulos universitarios”.
Los casos reseñados constituyen sólo una muestra y eximen de mayores comentarios acerca de la ausencia de escrúpulos de quienes se “rasgan las vestiduras”, habilitando centrales telefónicas para denunciar lo que entienden como “intromisión política” en las escuelas, instaurando climas de sospecha, persecución ideológica y enfrentamiento en el seno de las comunidades educativas, de impredecibles derivaciones.
Aunque provocan escozor, lamentablemente a esta altura ya no sorprenden medidas de ese tenor, impulsadas por un gobierno que ha dado sobradas muestras de su vocación autoritaria y censora, como ha evidenciado una vez más ahora separando de sus cargos a autoridades escolares y docentes que expresaron públicamente sus críticas a la política educativa, o del penoso exabrupto-”fallido” del jefe de Gobierno con relación a El Eternauta y el juego del “héroe colectivo” en las escuelas.
Es claro que el gobierno porteño se reconoce en el modelo del “padre rico” y “el juego de la empresa”, por eso monta en cólera y resbala cuando advierte que sus dispositivos controladores no logran impedir que circulen en las escuelas saberes, actitudes y valores que confrontan con los del individualismo y la meritocracia que pretende inculcar.
* Licenciado en Educación, ex defensor adjunto del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires.
Gestión y política
Por Oscar Graizer *
Que la educación en general y el sistema escolar son espacios donde, en las sociedades modernas, se despliegan formas de control social es algo que las ciencias sociales saben desde hace no menos de 150 años. Que la escuela es un espacio donde se disputa qué formas de la cultura son legítimas es un saber que data de no menos de un siglo atrás. Que el ejercicio de poder requiere de legitimidad otorgada por quienes participan de las relaciones en una sociedad y no autoasignada por las autoridades también es algo que las ciencias sociales saben hace mucho tiempo.
En los últimos días/semanas, se han hecho públicos debates (aunque tal vez sea una palabra que le quede grande al intercambio de opiniones que hemos leído y escuchado) sobre eventos sucedidos en escuelas: actividades de una agrupación política en escuelas secundarias, una dramatización (como tal ficcional) del diálogo de dos funcionarios sobre la escuela pública y en particular acerca del cierre de secciones de grados en escuelas primarias de la Ciudad de Buenos Aires. Podemos sumar que hace no mucho tiempo fue objeto de cuestionamientos la toma de la Escuela Carlos Pellegrini “por el buffet”.
La formulación de las críticas a estos eventos (por parte de funcionarios, periodistas, opinólogos varios e incluso cientistas sociales) tuvo como uno de sus ejes sobresalientes que fueron actos “políticos”, que “no se puede usar a los chicos para hacer política”, que “a la escuela se va a aprender y no a recibir adoctrinamiento político”. En cada caso aquí seleccionado el recurso es que “meter la política en la escuela” no es legítimo, no es válido, la sociedad no lo avala.
Uno de los retruques es que se cierran cursos como una solución de “sana gestión pública”, “para cuidar el dinero de los contribuyentes”. Se cuida la plata, no se pueden tener cursos con trece estudiantes, y se los une con otros de igual número y así se puede hacer un buen uso del recurso público y se reubica a los docentes para cubrir otras necesidades. Esto es válido. Esto no es política.
La censura de material sobre el Bicentenario producido por especialistas del propio Ministerio de Educación de la Ciudad, por ser gramscianos (léase zurdos) y por no tomar como válida la tradición liberal de la historia, no es política.
La aparición de un funcionario de la Ciudad en un spot publicitario, que se puede ver en la red de subterráneos, promocionando la entrega de netbooks a estudiantes de nivel primario con niños felices con sus netbooks y con un sonriente funcionario, eso es publicidad de actos de gestión. No es política.
La realización de cursos para los docentes de la Ciudad sobre “relajación y meditación” llevadas a cabo en acuerdo con representantes locales de un líder espiritual indio, no es política. Estar en contra de esto sería estar a favor, al menos, de los nervios y de exabruptos de furia.
Sólo por dar una muestra extra-porteña, que en escuelas públicas de una provincia se rece (según el credo católico apostólico romano) cada día antes del comienzo de clases, y una virgen presida las aulas, no es política.
Cada uno de estos episodios refiere directamente a qué es legítimo que suceda en y con las escuelas y qué no lo es. Refiere a un conflicto por los significados que se pueden o no se pueden hacer circular en la escuela. De lo que nos habla es de un proceso de disputa por esos significados, como viene sucediendo desde que la escuela es escuela. Y ahora el principio de la laicidad no se debate con la Iglesia Católica, sino con la política, y en particular con la que no es de derecha (utilizo este término sólo por su carácter sintético, aunque quite complejidad al análisis), porque la política de las nuevas derechas se llama gestión, y la gestión parece ser algo muy bueno para la sociedad.
Estamos frente a un espacio donde se juega qué es válido y qué no lo es. Estamos frente al problema de quién es un agente legítimo para transmitir significados en la escuela y cómo se define al sujeto que es educado, de modo que se lo habilita o no para participar de ciertos sentidos y no de otros. Pero estos procesos no hablan sólo de la escuela, hablan de cómo en nuestra sociedad se están discutiendo formas culturales, significados de la vida en común.
La legitimidad, la validez de los significados se asienta sobre la cultura (en el sentido más amplio posible) de una sociedad que se hace día a día por el conjunto de sus miembros; con sus contradicciones, con sus jerarquías de saberes, de formas de hacer y de ser, más y menos legítimas. Se asienta en el sentido común de una comunidad, de una sociedad, que no es ajeno a quienes formamos parte de ella. Esto es algo que no se puede dejar de considerar a la hora de reflexionar sobre nuestra situación actual y a la hora de actuar para transformar.
* Docente e investigador en Sociología de la Educación (Unluungs).
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