miércoles, 14 de septiembre de 2011

La escuela y los padres, un contrato difícil























Publicado el 13 de Septiembre de 2011
Muchos de los avatares que se presentan en la relación familia-escuela terminan convirtiéndose en motivo de un cambio de colegio por parte de los padres, o de una desmatriculación por parte del colegio.
  Cuando un alumno ingresa a una escuela, se establece un contrato tácito entre dos actores, familia e institución. Este contrato va más allá de todos los compromisos explícitos: los papás dejan en la escuela lo más valioso que tienen, sus hijos, con la casi seguridad de que la institución colmará todas o muchas de las expectativas que ellos tienen depositadas en su futuro. La escuela, a su vez, adquiere el compromiso de formar académicamente a los chicos apoyándose en la idea de que los papás serán los aliados naturales en esta tarea.
Sin embargo, la experiencia muestra que son muchos los casos en que estas expectativas se ven frustradas.
Probablemente eso explique por qué, actualmente, los cambios de escuela son más frecuentes que años atrás y se llevan a cabo en cualquier momento de la escolaridad de los chicos, y no, como podría suponerse con cierta lógica, al terminar la cursada de un determinado nivel.
Muchos de los avatares que se presentan  en la relación familia-escuela, y que años atrás se hubieran podido resolver dentro del vínculo que los une, terminan hoy convirtiéndose en motivo de un cambio de colegio por parte de los padres, o de una desmatriculación por parte del colegio.
Los motivos por los cuales una familia decide hoy un cambio de escuela, son variados. Pueden estar relacionados a la composición del grupo, por ejemplo: de repente en el grado del hijo/a se rompe el balance entre los sexos, y la nueva composición, con más niñas que varones, o al revés, se torna inaceptable para los padres. Otras veces el cambio se debe al rendimiento escolar, la no promoción del curso, en un extremo, o un rendimiento que no coincide con el nivel esperado, lleva a los padres a pensar que la solución puede ser el cambio de colegio. Un aumento en la cuota, o novedades en la dinámica, como un cambio en el lugar donde se realizan las actividades físicas, o el incremento o la  reducción de las horas destinadas a determinada disciplina o una variación en el uniforme pueden ser también motivos más que suficientes para pensar en un cambio de escuela.
En cada uno de estos casos parece que los padres olvidan el o los motivos por los cuales en determinado momento eligieron ese colegio y sin demasiados preámbulos lo abandonan, en busca de otro que compense la falencia.
Se nos abre entonces la pregunta: ¿qué pasó con la relación de estos papás con la escuela? ¿Tan debilitado estaba el vínculo como para que estén dispuestos a abandonarla ante un motivo que no parece tan importante?
Ahora bien, también los colegios tienen hacia los padres actitudes casi impensadas en años o décadas anteriores. Se selecciona con más detalle al candidato a ingresar. No sólo se va a evaluar psicopedagógicamente  al futuro alumno, sino que su familia, presentada a través de una foto, deberá ser aceptada también.
 Muchas dificultades pedagógicas finalizan con la desmatriculación de alumnos  en cualquier momento de su escolaridad, o con la no renovación para el curso siguiente y, por otro lado, son cada vez menos los colegios que se comprometen en la integración de un alumno que presenta necesidades especiales.
¿Qué es lo que ha cambiado, para producir un debilitamiento tan significativo del vínculo que une a una institución educativa con la familia de un alumno?
Por el lado de los padres, la manera de acercarse al colegio hoy es muy diferente a la sostenida algunos años o décadas atrás. Parecen encontrar poca diferencia entre una escuela y cualquier otra empresa de servicios, y entonces comparan cantidad de horas de idioma, por ejemplo, o el predio donde se desarrollan las horas de Educación Física de una manera similar a como compararían prestaciones similares dadas por diferentes empresas. El tema es que la relación que arman con la escuela no es, en muchos casos, más que sólida de la que podría armarse con un gimnasio.
Las escuelas, por otra parte, se encuentran inmersas en un campo de mucha competencia, en el que para ganarse un lugar se ven obligadas a utilizar tácticas propias del márketing comercial. Dentro de ese marco, lo que se publicita que se hace no tiene mucho menos valor que lo que efectivamente se hace; algunas actividades extracurriculares se deslizan por una suave pendiente que las llevan del evento pedagógico al show off; la relación con los padres –entiéndase por ejemplo entrevistas individuales, desayunos, reuniones grupales– ocupa un importante lugar en la agenda, y la habilidad para tratarlos es una competencia fundamental al momento de elegir un docente para ocupar un cargo directivo.
La lógica de Estado se ha convertido en una lógica de mercado, y las escuelas y los padres responden a este cambio: los padres se acercan a las escuelas como consumidores y las escuelas se ofrecen como empresas de servicios. El malestar los envuelve a ambos.
Por eso circula tanto, entre los padres, la frase: “Tal escuela ya no es la que era cuando yo era chico”, y entre los docentes, la sensación de que su rol está cada día más desdibujado, y que son una mezcla de maestros, asistentes sociales, enfermeros y psicólogos.
Probablemente la escuela ya no vuelva a ser lo que era ni signifique para los padres lo que solía significar, pero es esperable que con buenas políticas, inteligencia y  sensibilidad se encuentre un equilibrio en la relación padres-escuela para que los chicos encuentren en ella un buen lugar y salgan convertidos en activos ciudadanos.

TIEMPO ARGENTINO

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