domingo, 18 de septiembre de 2011

Intelectual de trinchera

Entrevista a Beatriz Sarlo


Por Luz Laici y Raquel Roberti


Sus artículos resumen el ideario opositor. Provocadora y visceral, intenta explicar el contundente apoyo popular al Gobierno y es feroz con la UCR y el Pro. Razones de la derrota en su “batalla cultural” contra los K.
Foto: Ezequiel Torres
 
Pocas personas tienen la virtud de despertar amores y odios en igual intensidad. Una de ellas es Beatriz Sarlo, una reconocida intelectual de prosapia académica que se propuso batallar contra la era K a través de sus columnas en el diario La Nación. Pocas veces formato y contenido –o medio y articulista– presentan una sincronía tan aceitada: los textos de Sarlo son producto de un proceso que mixtura la parcialidad informativa del diario con su propia impronta ideo­lógica sazonada con dosis variables de erudición y lugares comunes. El resultado es una provocación. Y como tal, rara vez pasa desapercibida.
“No me gusta este gobierno, no me gusta su cultura política, su autoritarismo, que no hable con la oposición, que eluda al Parlamento, que no cumpla con los fallos de la Corte Suprema”, enumera Sarlo, a manera de contundente presentación. Por ese tipo de definiciones flagrantes, sus colegas que militan en las antípodas, como los de Carta Abierta, gustan de cruzar ideas con la dama en foros, cartas de lectores y sets de televisión. La visceralidad intelectual siempre cosecha respeto entre los opuestos. El desafío, en todo caso, es evitar que la vehemencia se transforme en ira, esa forma de enojo irracional que suprime los argumentos y nubla la razón. Un pecado imperdonable para cualquier intelectual que se precie.

Sarlo obtuvo el estatus de prócer opositor luego de intercambiar pensamientos y chicanas varias en 6, 7, 8. Dice que desde entonces está “cansada de explicar su verdad sobre la realidad”, pero eso no impide que durante toda esta entrevista mantenga la guardia en alto: “Estoy de acuerdo con un montón de medidas como la jubilación a las amas de casa o la asignación universal por hijo –concede, pero replica–. Aunque la Presidenta la sacó por decreto para no darle una victoria a la oposición y debería haber salido del Congreso. Se pueden tomar esas medidas y ser, al mismo tiempo, un partido y una persona democrática. Este gobierno no dialoga con la oposición y ese no es mi ideal de república. Es legítimo ser opositora por razones ideológicas”, sentencia, en un ejercicio retórico que le permite justificar una serie de afirmaciones discutibles. Pero Sarlo no tiene ganas de discutir. Y lo establece apenas entrevistada y entrevistadoras se acomodan frente a frente: “No quiero perder tiempo con estupideces...”.

Sarlo, como sus colegas de espacio político, tiene motivos para estar irritada: pasó el último lustro de su vida criticando con ferocidad a un gobierno que acaba de obtener una contundente muestra de apoyo popular. Profesional de las ideas al fin, recurre a su oficio para intentar explicarlo: “El marxismo nos enseñó que la existencia modela de alguna manera la conciencia. Si bien se ha criticado esa proposición, los intereses son fundamentales en la política. Además, ese 50 por ciento está formado por votos muy distintos. Días atrás, un intendente de un pueblito del Gran Buenos Aires, de 200 mil votantes, contaba que había recibido 35 mil jubilaciones nuevas y 25 mil asignaciones universales. Ese voto tiene el peso de lo que recibió el municipio y de lo que se puede perder. Después está el voto de las capas medias, ligado a los efectos de la economía sobre su vida diaria: la oposición no puede capturar a los que están en el shopping. Y luego el voto identitario: el peronismo tuvo históricamente más del 20 por ciento, aun en momentos de identidades debilitadas. Finalmente, podría agregar que Cristina Fernández de Kirchner no les plantea problemas a las capas medias para que la voten. El peronismo histórico lo hacía: Eva tenía un elemento plebeyo revulsivo; no hablemos del peronismo del ’73; y el del ’83, con Luder y Herminio Iglesias, hacía huir a las capas medias. Incluso los conflictos que generó la 125 se superaron: al campo le va bien y en nombre del segundo departamento en Rosario, el cuarto en Rafaela y la segunda 4x4, pone su voto. Este peronismo no les ofrece problemas culturales a las capas medias”.

–Pero los porteños, exponentes de esas capas, reeligieron a Mauricio Macri como jefe de gobierno…

–No sé si hay que analizarlo con los mismos parámetros. Me pregunto si para los votantes de Macri, el FPV es tan diferente, con cuánta atención están mirando la política, si sienten alguna contradicción ideológica votando a los dos, en distintas elecciones.

–¿Como ocurrió en Santa Fe, donde un mismo votante eligió al socialismo para el Ejecutivo y al peronismo para conducir la Legislatura?

–Ahí dijeron que la boleta única le permitió a la gente hacer cruces raros en el cuarto oscuro. En este país que tiene una presidenta de estilo autoritario, todo lo que descentralice o recorte poderes es bienvenido.

La intelectual está fascinada con el término “autoritario”. Lo usa a discreción, sobre todo, cuando se refiere al estilo de gestión K. En cambio, no se siente cómoda con otra muletilla que integra el acotado lenguaje opositor: “Hegemonía”. “El Gobierno sacó un 50 por ciento y el FPV va a gobernar una cantidad importante de provincias, con los caudillos más variados, bizarros, reaccionarios y, en muchos casos, antipopulares que se alinean con el gobierno nacional. Es muy probable que en la elección de octubre el voto al Gobierno esté acompañado por el voto a diputados que renuevan sus bancas. Es decir: va a ser un gobierno con clara mayoría parlamentaria y con dominio casi total de las provincias. No sé si la palabra hegemonía ayuda a entender la cuestión. En sentido de diccionario, supone que se tiene el mando y la decisión, porque se tiene la fuerza que, en democracia, dan los votos.”

–¿Y en el sentido de la teoría política?

–En la tradición marxista supone una dirección general de la sociedad. Para establecerla es necesario un aparato cultural, simbólico y partidario, y una sociedad en condiciones de aceptar esa dirección general. Sin embargo, en este período las sociedades no son fácilmente hegemonizables. La gente da su voto según interés personal, en el sentido más legítimo, y no se interesa por cuestiones importantes de la política. No sé si es correcto traducir como hegemonía cultural una gran victoria electoral. ¿Se trastoca en la cabeza de la gente la importancia de las temáticas? ¿De repente los derechos humanos aparecen como interés por encima de la inseguridad? En las encuestas, lo cotidiano siempre está por encima de otros temas en cuestión de importancia.

–También puede ocurrir que el prioritario interés por la “inseguridad” sea estimulado a través de encuestas y coberturas mediáticas.

–La cuestión de la seguridad está construida en un imaginario en el cual los medios son muy importantes porque descubrieron que es como el incesto en las telenovelas: va derecho a algo que está ahí. Lo que parece haber cambiado, por lo que dicen los expertos de todos los colores ideológicos, es que se está implantando una red organizada que tiene que ver con el narco. Eso agrava la cuestión porque la saca de los términos barriales.

Como ocurre desde que se conoció el resultado de las primarias, Sarlo integra la troupe de periodistas e intelectuales opositores que se ensañan con la pobre performance de la oposición. Pero con una diferencia que la distingue del resto: Sarlo no apuesta al rejunte que tanto propician, incluso, sus compañeros de diario sábana. “La Argentina terminó su etapa de bipartidismo. Estamos ante un régimen de un gran partido, donde la oposición no puede fantasear con establecer otro partido alternativo. Por eso, se ve obligada a pensar un sistema de alianzas, con principios y valores razonables.”

–¿Ese sistema contempla alianzas como las de Ricardo Alfonsín con Francisco de Narváez?

–Esa alianza sólo podía resultar mal, porque no había una comunidad de historia ni valores. Fue una enorme equivocación de Ricardo Alfonsín, lo cual marca que no tenía el perfil de un candidato presidencial. No era necesaria, podría no haber sucedido, pero ya cometido, el error era irreparable. Ahora cada uno tratará de salvarse. De Narváez está hablando con Alberto Rodríguez Saá y harán la de Martín Sabbatella: repartirán las tijeritas. En los partidos existen los personalismos y, en el caso del radicalismo, hay viejos conflictos que emergen de golpe y sólo conociendo su historia se comprenden. La UCR es un partido blindado, poco poroso y eso dificulta las alianzas, que terminan siendo inconvenientes por su rigidez y porque después no pueden lograr que los otros los obedezcan, les respondan. Tiene una cultura política distinta a la peronista, que es extremadamente porosa.

–¿Por eso dice que el peronismo tiende a ser innovador en ideología?

–Tiene que ver con eso. Cualquiera puede entrar al peronismo aunque después tiene que alinearse. Macri, por ejemplo, tiene un modelo más peronista de construcción.

–¿Imagina un radicalismo desaparecido y un Pro en expansión?

–No sé si el Pro se puede extender a nivel nacional, pero la cultura política del radicalismo ya no conecta con nada del presente. Macri hace ocho años que amaga y no construyó más allá de la General Paz. Y para tener algo en Santa Fe tuvo que llamar a Miguel Del Sel. ¿A cuántos humoristas puede convocar? No ha demostrado ser un dirigente político con capacidad de construcción.

Sarlo acuñó el término “batalla cultural” para definir la cuadra donde prefiere guerrear contra el kirchnerismo. Reconocida soldado de la causa, no es común escuchar a un combatiente admitir la derrota: “El Gobierno centraliza y no tiene ninguna debilidad por el diálogo democrático. Pero también estoy convencida de que no es pura imposición. Cuando hice referencia a la batalla cultural del kirchnerismo, señalé la renovación de simbología peronista y la plata del aparato del Estado como dispositivo, un armazón sin centro que funciona como eficaz aparato simbólico. No sé si llega hasta las puertas del shopping, pero sí a minorías muy activas en la sociedad, sensibles a mensajes culturales. No hay que mirar el habitante número 40 millones para decir que ganaron la batalla”.

–En esa minoría, ¿ubica a algunos intelectuales?

–Sin duda, es una minoría muy activa y visible. Carta Abierta es una base intelectual importante. Algunos tuvieron experiencias de exilio, vieron el PRI en México y notaron que las cosas en Latinoamérica están muy mezcladas pero, al mismo tiempo, se vieron beneficiados por medidas de este gobierno. Pero, volviendo a la batalla cultural, la pienso más en términos de masas que de minorías.
–¿Por ejemplo?

–El video “Nunca menos”, con aspecto de haber sido hecho en un garaje, está muy bien pensado. O el acto de Huracán, donde se vio el dispositivo al máximo. Hay zonas donde los mensajes están funcionando. Para decirlo de la manera más neutra posible, la muerte de Néstor Kirchner fue extraordinaria. Y lo lamento, porque fue un presidente que, de tanto pensarlo, aprendí a respetar. Pero su muerte fue extraordinaria. Las muertes le venían muy mal al peronismo. La de Eva le quitó a Perón la dimensión plebeya que ella tenía naturalmente. La de Perón evidenció la ausencia de una herencia, fatal en un peronismo que ya andaba a los tiros entre las Tres A y Montoneros. Pero la de Kirchner se da en el momento justo, como si un gran actor hubiera decidido el momento de salir de escena... Y la Presidenta tuvo la capacidad de hacerse cargo, inventó un nivel simbólico peligrosísimo, entre el llanto y la dama de hierro, muy difícil de transitar. Por el momento, esa muerte se convierte en sustento imaginario o simbólico de la que queda en escena.
23diario
15.09.2011

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