Subsecretario de Planeamiento Educativo de la Nación.
Es sorprendente la banalización que subyace al análisis de la educación argentina hecho a través de un ránking motivado en una sola pregunta de un cuestionario que, de por sí, es mucho más extenso.
A raíz de notas y comentarios vertidos por estos días respecto del “comportamiento” de los estudiantes argentinos según el informe PISA 2009, es necesario hacer algunas aclaraciones. La medición hecha por PISA de la “actitud” de los estudiantes en las clases de lengua y literatura, que dio lugar a recientes notas periodísticas, se realiza a través de una única pregunta formulada a los alumnos respecto de cómo se perciben a ellos mismos en la clase.
La pregunta pide a los estudiantes que den su parecer con relación a la frecuencia con que ocurren ciertas cosas en sus clases. Se les consulta “si escuchan al docente”, si hay “ruido y desorden”, si “pueden trabajar bien”, y si “comienzan a trabajar luego de un buen rato de comenzada la clase”.
En ningún momento se les pregunta si “usan el banco para hacer percusión” o si “mandan mensajitos de texto en plena clase” como se expresa en alguna nota.
Por otra parte, la cuestión presenta algunos aspectos de dudosa rigurosidad metodológica.
En los ítems relevados por la pregunta se le ofrecen al estudiante cuatro opciones de respuesta: “nunca o casi nunca”, “en algunas clases”, “en la mayoría de las clases” y ”en todas las clases”.
Primero: cuando se usa una escala de este tipo, denominada Likert, la literatura científica demuestra que las respuestas dadas tienden a ser preferentemente las opciones centrales que se presentan. Así, sobre el “ruido y desorden”, tales respuestas serían “en algunas clases” y/o “en la mayoría de las clases”.
Veamos una situación un tanto análoga: si se le preguntara a un grupo de vecinos que cohabitan en un edificio sobre su propia percepción sobre la frecuencia con que hay “ruido” y “desorden” en el inmueble, y las posibles respuestas fueran: “nunca”, “algunas veces”, “la mayoría de las veces” y “siempre”, es de esperar que la generalidad responda “algunas veces” o “la mayoría de las veces”. Difícilmente un consorcista perciba que “nunca” hay ruidos ni desorden y también, salvo algunas excepciones, la mayoría exhibirá algún prurito para considerar que “siempre” hay ruido y desorden.
Por otra parte, cada opción de respuesta ofrecida supone un grado mayor de frecuencia que la anterior, pero no está claro el límite entre una y otra. Entonces no es esperable que todas las personas, por ejemplo, entiendan de la misma manera la expresión “algunas veces”. Vale preguntar: ¿cuántas veces son “algunas veces”?
Tampoco todas las personas discernirán de igual modo la diferencia entre la opción que incluye “casi nunca”, que de hecho supone que algo sí sucede “a veces” y la opción que expresamente señala “algunas veces”.
Además, la pregunta remite a las percepciones de los estudiantes, que son muy difíciles de comparar cuando se trata de grupos culturales diferentes. ¿Podemos asegurar que las nociones de “ruido” y “desorden” para un alumno finlandés o chino son las mismas que para un alumno de la Argentina?
Finalmente, la pregunta pretende aportar información sobre la eventual relación entre el desempeño estudiantil y el clima disciplinario. Siendo así, la hipótesis quedaría descartada, ya que países que aparecen primeros en la escala de clima disciplinario, como Kazajstán o Albania están aun por debajo de la Argentina en cuanto a conocimiento. Mientras que países como Finlandia que están en los primeros lugares en cuanto al nivel de conocimiento, se ubican junto con la Argentina en el ránking de clima disciplinario.
Pero no sólo se trata de considerar objeciones metodológicas, además es necesario hacer impugnaciones respecto del modo en que los resultados del cuestionario son a veces interpretados.
Aceptando aun a regañadientes el formato de presentación de resultados en forma de ránking, modalidad esta que está siendo cuestionada por la propia Unesco. Vale hacerse la siguiente pregunta: ¿Habilitan los resultados que arroja una única pregunta a imaginar que “el mundo según PISA cabe en un aula”, como se ha escrito?
La respuesta es que estamos, al menos, frente a un forzado ejercicio de imaginación, teniendo en cuenta las culturas diferentes que involucra el estudio. Mucho menos aun los resultados dan pie a la justificación del prejuicio según el cual la ubicación “geográfica” de los alumnos en el aula tiene estrecha relación con su comportamiento y con su actitud frente al conocimiento.
Ubicar, a los tragas y aplicados en los primeros asientos y a los que se dedican a bromas y se llevan muchas materias o repiten el año en los últimos bancos del aula es una forma de estigmatización que rechazamos.
¿Interrumpir al docente en la clase puede ser considerado necesariamente un acto de disciplina? ¿O puede ser un acto tanto motivado por el docente o por el propio alumno que interrumpe para consultar dudas sobre el texto leído o que se está leyendo?
Incluso, que un alumno en determinada ocasión y con el debido respeto, haga un chiste, ¿es “un acto de indisciplina”?
Es sorprendente la banalización que subyace al análisis de la educación argentina hecho a través de un ránking motivado en una sola pregunta de un cuestionario que, de por sí, es mucho más extenso.
De la información que aporta PISA 2009, lo que a nosotros nos resulta significativo es que la Argentina junto con Colombia fueron los países de América Latina que más avanzaron en lectura entre los años 2006 y 2009. A eso debemos agregarle que también en matemáticas y en ciencias estamos mucho mejor que en 2006.
TIEMPO ARGENTINO
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