Publicado el 22 de Noviembre de 2011
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A los 94 años, el viejo maestro será homenajeado hoy en el Ministerio de Educación, donde se verá un documental sobre su trayectoria y su pensamiento. En esta charla habla de calidad educativa y de la necesidad de jugar en el aula.
Está mejor la educación?
–Creo que no. Sobre la educación hay mucho para hablar y arreglar. Decimos que tenemos buenos maestros y es cierto; que somos uno de los países más avanzados en cantidad de recursos educativos y también es cierto. Nosotros los docentes nos conformamos hasta cierto punto pensando que hacemos las cosas muy bien, ¿y cuáles son los resultados? Estoy un poco preocupado por estos chicos que, después, en el secundario, no eran luces como creíamos en la primaria. No sé si pensó adecuadamente el paso de la primaria a la secundaria.
–Hoy están muy en boga la calidad, la evaluación de resultados, ¿cómo cree que deberían medirse?
–No sobre los resultados finales sino sobre todo el proceso: cómo se empezó y con qué; cuáles fueron los condicionamientos. Todavía pienso que nos equivocamos creyendo que nuestra labor consistía en dar información, porque eso significa hasta cierto punto que pensábamos que el chico no tenía información propia, y creo que los chicos sí la tienen. A los tres, cuatro años inventan y aprenden muchas cosas: a correr, a saltar, a comer, a discutir, a estudiar, a jugar. Entonces el chico tiene una capacidad para aprender muy grande.
–Se habla de universalizar la educación desde los cuatro años.
–Creo que está bien, porque a esa edad el chico ya demostró que es capaz de aprender muchas cosas. Con una gran ventaja: como no tiene una autoridad que lo vigile, él hace, no le sale, vuelve a hacerlo, no le sale, y otra vez. Es capaz de comprender, de evaluar lo que hizo, de darse cuenta que no era lo que él esperaba e intentar otra vez. ¿Eso la escuela lo hace?
–Eso iba a preguntarle...
–(Se ríe.) Todavía no, porque la escuela está bajo el concepto de la evaluación, incluso con las estadísticas: a ver cuántos chicos aprobaron y cuántos no. Pienso que la evaluación pueden hacerla los mismos chicos sobre sí mismos: son ellos los que saben qué saben y qué no. Y no sólo recibir información. Para evitar, como dice Tonucci, meterle más cosas en la cabeza a los chicos.
–¿Y del ingreso de las computadoras qué opina?
–Siempre y cuando estén acompañadas... porque solas no resuelven nada. Hay que ver qué suman a la inteligencia del chico.
–¿Se puede jugar en el aula?
–Sí, los chicos tienen humor. Y a algunos maestros no los dejan tenerlo. La clave es no aburrir a los chicos. Nosotros, a mi juicio, aburrimos. De ahí que haya insistido tanto en la creatividad. Yo introduje el humor en las escuelas. Para mí un maestro debe ser capaz de actuar con alegría, con ganas de jugar.
–Lo cambio de tema. ¿Qué opina del conflicto por las Juntas de Calificación en la Ciudad?
–Me parece bien lo que están haciendo los muchachos del gremio. Para empezar, no sé si tiene el señor ministro (Esteban Bullrich) la profesión de maestro...
–No, es licenciado en sistemas.
–Entonces, ¿qué puede saber él de la realidad escolar? Esa realidad se ve en el aula, donde se organizan la actividad y el aprendizaje.
–Un buen maestro tiene que tener humor, jugar, ¿qué más?
–Tiene que querer a los chicos, sentir que le simpatizan.
–¿Un buen alumno nace o se hace?
–Las dos cosas. Cuando un chico nace no elige patria, religión, salud, enfermedad, sexo, padre, madre, no elige nada. ¿A quién le corresponde tratar de que las diferencias de nacer en un hogar pobre o en otro acomodado no existan? A nosotros, la sociedad. Por eso estoy muy de acuerdo con la actual política social de ahora. Esa asignación universal que permitió que de pronto un millón de chicos ingresara a la escuela, para mí, es fantástica.
TIEMPO ARGENTINO
Está mejor la educación?
–Creo que no. Sobre la educación hay mucho para hablar y arreglar. Decimos que tenemos buenos maestros y es cierto; que somos uno de los países más avanzados en cantidad de recursos educativos y también es cierto. Nosotros los docentes nos conformamos hasta cierto punto pensando que hacemos las cosas muy bien, ¿y cuáles son los resultados? Estoy un poco preocupado por estos chicos que, después, en el secundario, no eran luces como creíamos en la primaria. No sé si pensó adecuadamente el paso de la primaria a la secundaria.
–Hoy están muy en boga la calidad, la evaluación de resultados, ¿cómo cree que deberían medirse?
–No sobre los resultados finales sino sobre todo el proceso: cómo se empezó y con qué; cuáles fueron los condicionamientos. Todavía pienso que nos equivocamos creyendo que nuestra labor consistía en dar información, porque eso significa hasta cierto punto que pensábamos que el chico no tenía información propia, y creo que los chicos sí la tienen. A los tres, cuatro años inventan y aprenden muchas cosas: a correr, a saltar, a comer, a discutir, a estudiar, a jugar. Entonces el chico tiene una capacidad para aprender muy grande.
–Se habla de universalizar la educación desde los cuatro años.
–Creo que está bien, porque a esa edad el chico ya demostró que es capaz de aprender muchas cosas. Con una gran ventaja: como no tiene una autoridad que lo vigile, él hace, no le sale, vuelve a hacerlo, no le sale, y otra vez. Es capaz de comprender, de evaluar lo que hizo, de darse cuenta que no era lo que él esperaba e intentar otra vez. ¿Eso la escuela lo hace?
–Eso iba a preguntarle...
–(Se ríe.) Todavía no, porque la escuela está bajo el concepto de la evaluación, incluso con las estadísticas: a ver cuántos chicos aprobaron y cuántos no. Pienso que la evaluación pueden hacerla los mismos chicos sobre sí mismos: son ellos los que saben qué saben y qué no. Y no sólo recibir información. Para evitar, como dice Tonucci, meterle más cosas en la cabeza a los chicos.
–¿Y del ingreso de las computadoras qué opina?
–Siempre y cuando estén acompañadas... porque solas no resuelven nada. Hay que ver qué suman a la inteligencia del chico.
–¿Se puede jugar en el aula?
–Sí, los chicos tienen humor. Y a algunos maestros no los dejan tenerlo. La clave es no aburrir a los chicos. Nosotros, a mi juicio, aburrimos. De ahí que haya insistido tanto en la creatividad. Yo introduje el humor en las escuelas. Para mí un maestro debe ser capaz de actuar con alegría, con ganas de jugar.
–Lo cambio de tema. ¿Qué opina del conflicto por las Juntas de Calificación en la Ciudad?
–Me parece bien lo que están haciendo los muchachos del gremio. Para empezar, no sé si tiene el señor ministro (Esteban Bullrich) la profesión de maestro...
–No, es licenciado en sistemas.
–Entonces, ¿qué puede saber él de la realidad escolar? Esa realidad se ve en el aula, donde se organizan la actividad y el aprendizaje.
–Un buen maestro tiene que tener humor, jugar, ¿qué más?
–Tiene que querer a los chicos, sentir que le simpatizan.
–¿Un buen alumno nace o se hace?
–Las dos cosas. Cuando un chico nace no elige patria, religión, salud, enfermedad, sexo, padre, madre, no elige nada. ¿A quién le corresponde tratar de que las diferencias de nacer en un hogar pobre o en otro acomodado no existan? A nosotros, la sociedad. Por eso estoy muy de acuerdo con la actual política social de ahora. Esa asignación universal que permitió que de pronto un millón de chicos ingresara a la escuela, para mí, es fantástica.
TIEMPO ARGENTINO
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