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Por supuesto que el Jefe de Gobierno porteño jamás pensó en prohibir el libro de historietas “El Eternauta” en las escuelas. Aunque ni lo debe haber ojeado, no va a cometer semejante burrada. También debe saber que no existe historieta o libro que se llame el Nestornauta. Lo importante es sembrar el miedo y la desconfianza. El 0800 que habilitó para denunciar la intromisión de grupos partidarios en las escuelas tiene corta vida. Pero no importa, el objetivo ya está cumplido: arrojó la piedra para que se dibujen las ondas expansivas en el agua. Lo demás viene solo. Los gremios docentes, padres en desacuerdo, los alumnos, exponentes de diversas fuerzas políticas hacen oír sus protestas. Del otro lado, periodistas exaltados por el avance del autoritarismo y las juventudes hitlerianas; padres temerosos que no encuentran lugar donde poner nuevas rejas ante la inseguridad que ataca desde todos los frentes, que ven vulnerado el lugar que debe ser más seguro; y caceroleros que nunca saben de qué va la cosa pero igual siempre están dispuestos a oponerse, porque nada es suficiente para frenar a las hordas K. Como su personaje está construido a partir de una monstruosa vacuidad, cualquier torpeza está perdonada de antemano. Además, Macri sabe que está apostando a futuro, que sin decirlo está presentando su presidente modelo 2015. Como todavía tiene tiempo para diseñar un candidato de proyección nacional, antes que elaborar un listado de ideas y propuestas, está probando diferentes máscaras para ver cuál cae mejor.
Pero siempre es bueno prestar atención cuando se recurre a generar el miedo en una sociedad. Dicen que dijo Bertold Brecht: “nada más parecido a un fascista que un burgués asustado”. Miedo al diferente, miedo al mal vestido, miedo al que piensa, al que lee, al pobre. Miedo a un libro. En la novela de Ray Bradbury, Fareheit 451, la inseguridad estaba en los libros. Un estado autoritario en serio había instalado la desconfianza hacia los libros a través de una televisión constante y vacía, omnipresente, familiar. Los libros estaban prohibidos y se los quemaba. Un grupo de rebeldes resiste en la periferia de esa sociedad memorizando las grandes obras literarias, filosóficas, teatrales. Cada rebelde es un libro y puede recitarlo íntegramente. Esto no quiere decir que el alcalde de la CABA pretenda formar un temible cuerpo de bomberos cuyo objetivo sea quemar libros con un lanzallamas. Aunque tenga ganas, no se atrevería a tanto. Pero su 0800 funciona más o menos como eso. No quema libros pero sí la posibilidad de difundir ideas. Ante la dificultad de tipificar el delito, cualquier cosa puede ser denunciada. Desde una visita al Museo de la Memoria hasta una charla sobre las nuevas formas de la comunicación. Y cualquier actor de un colegio puede ser denunciado. Ante ese temor, se produce la inmovilidad, que sería un colegio acotado a su entorno y con sus contenidos controlados.
Aunque las analogías a veces resultan odiosas y exageradas –y erróneas, también- son muy tentadoras. En tiempos de la Santa Inquisición, la sola denuncia de una herejía era una prueba de culpabilidad y el denunciado no zafaba jamás, aunque las pruebas mostraran su inocencia. Y las denuncias se efectuaban con irresponsabilidad, con desconocimiento, por venganza, por incomprensión, para eliminar a un competidor, por ignorancia. Sobre todo por miedo. Alguna madre puede sentir temor al cuco del adoctrinamiento. Algún padre puede pensar en la vulnerabilidad de la mente de un chico. Entonces, el teléfono está a la mano para sacarse el temor. Irresponsable por parte de una autoridad. Tirar la piedra para que se agiten las aguas. Sembrar confusión, a riesgo de quedar como ignorante.
El Eternauta es una historieta de finales de los cincuenta que ha ganado un lugar enorme. Historieta que zambulle su historia en la historia del país, que emerge de los momentos más oscuros con un mensaje esperanzador, luminoso. El Néstornauta es una broma de militantes que se convirtió en símbolo. El juego que se presenta en distintos colegios está basado en la historieta, no en la broma. “Es lógico que no conozca El Eternauta –explicó con su acidez acostumbrada el Senador Aníbal Fernández- porque jamás leyó algo que vaya más allá de Los Teritos o Upa. Paradójicamente, compartió un acto con Isidoro Cañones. Es lógico que admire a un tilingo que jamás laburó y vivía de la guita del viejo”. “Lo único que le interesa es instalar un clima persecutorio y represivo –remarcó, con menos humor, el senador Daniel Filmus–. No tiene autoridad para cuestionar, porque él y Narodowski están procesados justamente por financiar desde el presupuesto educativo actividades de espionaje a través de Ciro James.”
Pero vayamos a la escuela. Este juego de El Eternauta fue elaborado por la Subsecretaría para la Reforma Institucional y el Fortalecimiento de la Democracia, dependiente de la Jefatura de Gabinete de la Nación. En el instructivo para docentes que acompaña el tablero y las cartas, explica que los objetivos del juego son “sensibilizar a los participantes acerca del respeto, la solidaridad y la acción colectiva y la organización como camino para la transformación de las situaciones de desigualdad e injusticia”. Desde la Casa Rosada niegan que se trate de un ejercicio de adoctrinamiento partidario, sino que se trata de fomentar “la reflexión y la discusión sobre temas relevantes para el fortalecimiento de la democracia”. Si bien este juego fue pensado para realizarse en escuelas, también es apto para comedores, organizaciones sociales y otros espacios en contacto con la juventud. En Tecnópolis existe la posibilidad de jugar a este ejercicio grupal, con una dinámica parecida a los juegos de rol, donde seis o siete participantes deben consensuar decisiones que les permitan sobrevivir. A partir del argumento de la historieta, se toman tópicos como la solidaridad o el consenso. “La decisiones deben argumentarse y a partir de esto, los coordinadores de grupo fomentan el intercambio de ideas y el debate” aclara el manual de instrucciones.
La Cámpora no tiene que ver en todo esto. O tal vez sí. Pero nada justifica la construcción infernal que realiza el establishment. Como en tiempos de la Inquisición, la demonización sugiere la inocencia. Y los custodios del sentido común se olvidan de una regla nunca escrita pero muchas veces confirmada: la prohibición despierta una fascinación casi irresistible hacia lo prohibido. Pero son tan pero tan brutos, que los trogloditas no lo entienden.
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